Esta es la historia off the record de cómo el emblema de la Independencia retornó al Museo Histórico Nacional tras 23 años en manos del MIR. Sólo tres personas estuvimos autorizadas para ir a buscarla: dos madres de detenidos desaparecidos y yo. Es que ésta también es mi historia.
“Llegó el auto, llegó el auto”. A las once en punto sonó el citófono en el departamento de Edita Salvadores. “¿Tú sabes quién es la persona que nos viene a buscar?”, le preguntó Luz Encina. “No tengo la menor idea Luz, lo único que me dijeron es que un auto llegaría como a las once. Supongo que el chofer sabe dónde ir”, respondió Edita mientras corría a llamar al ascensor.
Estaban nerviosas. Yo también un poco.
En la calle había un vehículo azul metálico estacionado y un hombre de bigote nos hizo señas para que nos subiéramos. Atrás se acomodaron Edita y Luz. ¿“Me puedo sentar adelante”?, pregunté. El hombre del bigote asintió con la cabeza, pero no dijo nada.
Nadie le preguntó si sabía dónde ir, ni él pareció necesitar instrucciones. Echó a andar el auto y dobló a la izquierda en la primera esquina. “Por lo menos no nos vendaron los ojos”, bromeó Edita, y por primera vez el hombre del bigote sonrió.
Casi me atrevo a preguntarle dónde íbamos, pero algo en su cara me decía que todavía no había llegado el momento de hacer preguntas.
Lo que yo sabía hasta ese minuto era lo siguiente: atrás mío iba sentada Edita Salvadores, madre de Cecilia Castro, detenida en 1974 junto a su marido Juan Carlos Rodríguez, ambos militantes del MIR y padres de una niña que los vio por última vez cuando tenía menos de dos años y que Edita crió como a una hija. A su lado estaba Luz Encina, madre de Mauricio Jorquera, detenido en 1974.
Las dos forman parte del grupo de familiares de detenidos desaparecidos y ejecutados del MIR y las dos llevan 30 años pidiendo información sobre el paradero de sus hijos. Pero del MIR nunca nada. Nada. Ni en con el Informe Rettig, ni con la mesa de diálogo. La DINA no sólo se encargó de exterminar a los seguidores de Miguel Enríquez, sino que tendió el manto de silencio más inexpugnable de toda la maquinaria represiva del régimen militar.
Hasta que un reportaje lo cambió todo.
El 23 de noviembre de este año, LND reveló el destino de los detenidos desaparecidos de la DINA en la Región Metropolitana: 400 cuerpos fueron lanzados al mar.
Ese día Edita, Luz y muchas otras madres se enteraron por la prensa que, posiblemente, los cuerpos de sus hijos terminaron en sacos atados a rieles, en el fondo del océano.
¿Pero cómo saber si en esas bolsas estaban Cecilia, Juan Carlos, Mauricio o tantos otros?
“Alguien tiene que tener la lista de las personas lanzadas al mar”. “Alguien tiene que saber el lugar exacto dónde los lanzaron”. “En ese lugar deben estar por lo menos los rieles a los que ataron los cuerpos”. “Hay que hacer algo para recuperar al menos eso”.
Estas frases se repetían una y otra vez en las reuniones de los familiares del MIR y la conclusión era siempre la misma. “Hay que inventar algo realmente poderoso para que esta vez nos escuchen”.
Alguien se acordó de la bandera de la Independencia que el movimiento había sustraído del Museo Histórico Nacional en 1980, como un gesto contra la dictadura. “Hay que encontrarla y devolverla a cambio de que nos digan qué pasó con nuestros hijos”.
Andrés Pascal, sobrino del Presidente Allende y ex secretario general del MIR, ayudó a localizar el emblema y convenció a sus clandestinos guardianes de entregarla a las madres de las víctimas del MIR.
Ahora íbamos en un auto azul metálico precisamente a buscarla.
Los pañuelos rojos se detuvo en la entrada de un parque. “Tienen que seguir el camino y en el medio alguien les va a entregar un paquete. Después siguen y yo las voy a estar esperando al otro lado”, dijo el hombre del bigote.Nos bajamos del auto y comenzamos a caminar. Nadie en el parque tenía la cara del mirista, cuya misión era devolver la bandera.
A lo lejos divisamos una cámara de TV. Me aparté para no molestar en la toma de Edita y Luz caminando hacia el punto de encuentro. “Corten”, dijo una mujer que parecía estar a cargo de todo. “Hola, soy Carmen Castillo. Tú debes ser Valentina. Andrés (Pascal) me avisó que venías con ellas y me explicó quién eres. Me parece muy bien que estés aquí”.
Carmen fue la pareja de Miguel Enríquez y estuvo con él el día que lo acribillaron. De ese momento le quedó el recuerdo imborrable de las patadas en el vientre y el dolor, aún peor, de perder el hijo que esperaba de su compañero. No lo perdió ese día, sino un año después de nacer, en Francia, debido a las secuelas de la golpiza que le dejaron en el vientre los que ajusticiaron a Miguel.
"La bandera”, dijo Carmen y les mostró a Edita y a Luz el lugar exacto donde debían esperar.
Dos hombres y una mujer vestidos de negro y con la cara tapada con un pañuelo rojo, avanzaron hacia las dos madres paradas en medio del parque. Intenté grabar en mi retina todos los detalles de esa escena: cuando los tres jóvenes llegaron con el estandarte de la Independencia envuelto con la clásica bandera rojinegra mirista, cuando leyeron su mensaje a las madres y les entregaron el pesado paquete y cuando se alejaron sin mirar hacia atrás...
Revisa todo el reportaje en el siguiente enlace:
http://www.lanacion.cl/p4_lanacion/antialone.html?page=http://www.lanacion.cl/p4_lanacion/site/artic/20031220/pags/20031220210637.html
Domingo 21 de diciembre de 2003




No hay comentarios:
Publicar un comentario