viernes, 1 de enero de 2010

Reflexiones sobre Chile: ¿hay alternativas al modelo neoliberal? III Parte


Las críticas al neoliberalismo

Una de las críticas más agudas a el neoliberalismo es aquella hecha, recientemente (en 1992), por el gran economista norteamericano John Kenneth Galbraith en su libro The culture of contentment. Según Galbraith existe en los Estados Unidos una minoría satisfecha que domina el sistema político y que en términos nacionales es una minoría, pero que constituyen la mayoría de los que participan en las elecciones y votan y, através de ello, influencian decisivamente la política del país.
Para esta minoría de satisfechos, las ideas esenciales de una economía sana son las siguientes:

•La buena fortuna es la recompensa al mérito de los que gozan de ella. Es el resultado de la capacidad moral o intelectual de los que la han obtenido.

•Esta minoría satisfecha prefiere siempre la inacción del Estado, aún si las consecuencias de esta inacción pueden ser alarmantes a largo plazo. La razón es evidente: el costo inmediato de la acción preventiva del Estado para salvaguardar el largo plazo recaería sobre los actuales privilegiados al aumentarse, por ejemplo, los impuestos. En cuanto a los beneficios a largo plazo, seguramente los que los aprovecharán serán otros. Según la teología del laissez-faire que inspira a estos satisfechos todo terminará por arreglarse.

•Tercera idea de estos satisfechos ya la señalamos anteriormente. El Estado es una carga en todo lo que beneficia a los pobres, pero su acción es necesaria cuando las dificultades afectan a los ricos.

•Finalmente, según Galbraith, la minoría satisfecha soporta, con gran tolerancia, las grandes diferencias en la distribución del ingreso. La posibilidad que los ricos continúen enriqueciéndose, aún si los pobres no meyoran su situación o continúan empobreciéndose, es un estimulante fundamental para el crecimiento y el dinamismo de la economía. En la ciencia económica que propicia la minoría satisfecha, la política monetaria desempeña un rol privilegiado. Tiene la ventaja de no exigir, prácticamente, ningún aparato administrativo salvo el insignificante aparato burocrático del Banco Central. La política monetaria es considerada el instrumento básico para prevenir o controlar la inflación o la recesión. En cuando al hecho de que la política monetaria es una manera de desviar la acción del Estado de las zonas inconfortables de la política fiscal, de la de gastos públicos, del control de precios o de los sueldos y salarios y que recompensa, sobre todo, a la clase de los rentistas, no siendo neutra en el plano económico, nada se dice y el silencio es absoluto.

Una segunda crítica muy aguda del neoliberalismo es la que hace el economista francés Michel Albert, presidente de la compañía AGF (Seguros Generales de Francia) en su libro Capitalismo contra capitalismo, publicado en 1991.

Hablando de las tres etapas del capitalismo, señala que su primera etapa o fase fue la del capitalismo contra el Estado, que se inició en 1791 con la Revolución Francesa. La legislación de la época suprimió las corporaciones que venían desde la edad media, prohibió los sindicatos y estableció la libertad de comercio y de industria. Durante el siglo XIX, el Estado retrocedió frente a las fuerzas del mercado concentrándose en la función de Estado policial encargado de proteger el orden público contra las clases peligrosas, constituidas por el nuevo proletariado industrial. Se asiste, al mismo tiempo, a la explotación del hombre, al desarraigo del antiguo mundo campesino, a la opresión económica a la clase obrera y a las durezas sociales de la revolución industrial.

Este capitalismo es el que denuncia Marx en Manifiesto Comunista y contra el cual reaccionan las iglesias Protestante y Católica (Encíclica Rerum Novarum de León III en 1891, por ejemplo).

En este último año, empieza la segunda fase del capitalismo, que es del capitalismo encuadrado por el Estado. Todas las reformas se dirigen a corregir los excesos del mercado y a temperar las violencias del capitalismo. El Estado aparece como el refugio contra lo arbitrario y lo injusto y es él, bajo la presión de las luchas obreras, quien, mediante leyes y decretos, humaniza las brutalidades del capitalismo por la legislación del trabajo, el aumento continuo de la fiscalidad y los sistemas de redistribución.

Pero, desde hace algunos años, el orden de prioridades parece haber cambiado. El Estado no aparece más como un protector sino como un parásito, un freno, un peso muerto. Hemos entrado en una tercera fase que se puede denominar la del capitalismo en lugar del Estado. Los principios básicos son los del neoliberalismo y se resumen en pocas palabras: el mercado es bueno, el Estado es malo, mientras la protección social era considerada como un criterio de progreso de la sociedad, se la denuncia ahora como un incentivo a la flojera y un obstáculo al esfuerzo; mientras que el impuesto era considerado como un medio esencial de conciliar desarrollo económico y justicia social, es hoy día acusado de frentar la acción de los más dinámicos, de los más audaces. Hay, pues, que reducir los impuestos y las cargas sociales y desreglamentar, es decir, hacer retroceder al Estado en toda línea para que el mercado pueda liberar las energías creadoras de la sociedad. No se trata ahora, como en el siglo XIX, de oponer el capitalismo al Estado, se trata de reducir al máximo el campo de acción de éste y de substituirle las fuerzas del mercado. En el siglo XIX el capitalismo no podía tomar el lugar del Estado, ni en el campo de la salud, ni de la enseñanza, ni de la información, por la simple razón que las escuelas, los hospitales y los diarios dependían de la iniciativa privada. Pero en nuestra época, en la mayor parte de los países desarrollados, se trata de que todas estas actividades, empezando por la radio y la televisión, pasen del sector público al sector privado, desde el servicio de agua potable hasta el correo y la recolección de basuras.

Esta nueva fase del capitalismo en lugar del Estado, junto con la globalización de la economía y sobre todo de las finanzas, que ya nadie parece poder controlar, y que hace que los gestionarios de fondos de pensiones y de seguros y de fondos comunes de colocación, que disponen de recursos líquidos inmensos, que desplazan rápidamente de un mercado a otro, según las circunstancias, con el fin de realizar ganancias especulativas, ha creado un desorden financiero y económico de enormes consecuencias sociales.

Al mismo tiempo que disminuyen los recursos de protección de los trabajadores, en los veinticinco países más ricos del mundo (los de la ocde) había, en 1994, 36 millones de cesantes. Y cuando se logran crear muchos empleos, como en los Estados Unidos y en Gran Bretaña, éstos son de bájísima productividad y con una disminución de los salarios reales.

El mecanismo de la pobreza y de la exclusión ligado a este neoliberalismo dominante ya no es un misterio para nadie. Por una parte, el exacerbamiento de la competencia internacional, que lleva a numerosas reestructuraciones industriales, al despido de trabajadores, al aumento de la cesantía y de la duración del período en que los trabajadores quedan cesantes, a la multiplicación de los empleos precarios y mal pagados, a la modernización tecnológica, que multiplica los inaptos frente a los nuevos sistemas de producción. Por otra parte, sistemas de protección social que se hacen cada vez más inadaptados al aumento de la pobreza cuando no son reducidos por los gobiernos preocupados por los equilibrios macroeconómicos. Cuando los dos procesos se combinan y se desagregan las solidaridades tradicionales, baseadas sobre la familia, el barrio o la aldea, la exclusión gana terreno. En 1992, en los doce países de la cee, había 50 millones de pobres, de los cuales 10 millones en Gran Bretaña (el 18% de la población de ese país). En Estados Unidos, el 1% de las familias más ricas acaparó el 70% de los ingresos medios familiares entre 1977 y 1989. El 20% más rico se alzó con más del 100% del crecimiento a expensas del 40% más pobre. Las políticas de Reagan y de Bush, afirman Donald Barlett y James Steele, en su libro America ¿What went wrong, resultado de un trabajo de dos años en 50 ciudades de 16 estados "han acelerado el desmantelamiento de la clase media norteamericana. Sólo se pueden encontrar dos antecedentes similares, en 1913, cuando el descontento llevó a adoptar el primer impuesto progresivo sobre la renta, y en 1933, el año en que la crisis condujo al New Deal".

Una tercera crítica al neoliberalismo, también en el contexto de la mundialización de la economía, es la que hace Robert Reich, el actual ministro de trabajo del presidente Clinton en su obra The wealth of Nations, publicada en 1991.

Reich muestra que la transformación acelerada de las grandes empresas mundiales, las hace pasar de la empresa de producción de masa a un nuevo tipo de empresa organizada en forma de pequeñas unidades autónomas, relacionadas mediante redes constituidas por una multitud de grupos y subgrupos descentralizados, todos los cuales operan mediante acuerdos con otras unidades de producción igualmente difusas. Este moderno sistema de producción está dividiendo los empleos en los países desarrollados en tres grandes categorías: los empleos de producción corriente, los servicios personales y los empleos que Reich denomina de los "manipuladores de símbolos".

Mientras que los primeros y los segundos se empobrecen: trabajadores de la producción en cadena, o dedicados a los servicios personales (enfermeras, policías, cajeros, vendedores etc.), los terceros constituidos por los investigadores, los ingenieros, los informáticos, los abogados de las grandes empresas, los consejeros financieros o fiscales, los publicistas etc., se enriquecen cada vez más. El conjunto de estos últimos representaban en los Estados Unidos, en 1990, el 20% de la fuerza de trabajo. El 80% restante estaba en la categoría de los que se empobrecen. Esta divergencia de situación y de ingresos está destruyendo la idea de solidaridad nacional y aumenta la distancia entre los manipuladores de símbolos que se enriquecen, cada vez más, y los excluídos en su propio país. Para Reich esto exige un conjunto de respuestas simultáneas, que van desde la compensación por un impuesto progresivo sobre el ingreso a una política educativa y de inversión pública de intensidad creciente.

Una cuarta crítica al neoliberalismo proviene de aquellos que podemos reagrupar bajo la égida de defensores de un desarrollo durable. Estos, preocupados por el egotamiento creciente de los recursos naturales, por la destrucción inmoderada de los bosques y florestas, por la degradación de los suelos, por el adelgazamiento de la capa de ozono y por las amenazas a la biodiversidad, critican no solamente las consecuencias del neoliberalismo dominante, sino también la utopía industrializante heredada, tanto de la modernización capitalista como de lo que fue la modernización de los ex-países comunistas del Esteeuropeo. La idea central de esta crítica proviene de la creencia de que un desarrollo durable no puede hacerse, ni en detrimento de las próximas generaciones, ni en detrimento de la salud ecológica del planeta.

Las críticas al neoliberalismo, desde este punto de vista, son numerosas, tanto en los países ricos y desarrollados, como en los países en desarrollo. Entre los primeros podemos destacar al Worldwatch Institute de los Estados Unidos y a su director Lester Brow, que han hecho numerosas publicaciones en torno a la idea de construir una sociedad sustentable. Entre los segundos, podemos señalar a la comisión de los países del Sur, presidida por el ex-presidente de Tanzania Julius Nyerere y constituida por un grupo destacado de economistas, políticos e intelectuales de los países del Sur que, en su conocido informe institulado Desafíos para el Sur, explicó en 1990 las condiciones viables para el desarrollo de estos países. Entre muchos otros aspectos afirmaron: "las estrategias de desarrollo de los países del Sur deben considerar que el capital natural del planeta es limitado. El concepto de desarrollo viable tiene por objetivo llamar la atención sobre la necesidad de conciliar crecimiento y protección del medio ambiente y debe considerarse negativa toda modernización económica de óptica inmediata y estrecha. Una voluntad no reflexiva de modernización a cualquier precio puede causar daños irreparables a los sistemas ecológicos. La degradación de los suelos, la polución de las aguas y la desforestación, representan una gran amenaza para el desarrollo a largo plazo de los países del Sur".

Una quinta crítica al neoliberalismo proviene de ciertos organismos internacionales, como el PNUD de las Naciones Unidas que considera que la mayor parte de los criterios tradicionales para medir el crecimiento económico y el progreso están deformados por una visión demasiado economicista de la realidad social. Proponen, en cambio, nuevos indicadores para medir el progreso, no solamente material, sino también de la calidad de la vida. Estos indicadores han sido englobados bajo el concepto de índice de desarrollo humano. ¿Que és el desarrollo, según este concepto? Disponer de un mayor ingreso, por supuesto que si, pero él no es un fin en sí mismo, es un medio de adquirir bienestar. La esperanza de vida, la libertad política, el acceso al saber, la seguridad física, la participación en la vida de la comunidad, el ejercicio de los derechos humanos, forman parte del bienestar. El desarrollo no se reduce al hombre económico. La vida no comienza a partir de tantos dólares por habitante-año como ingreso medio.

Para medir cuantitativamente el desarrollo, el PNUD creó un nuevo instrumento: el índice de desarrollo humano, que es un agregado de diferentes indicadores, que se reflejan tres componentes esenciales de la vida del hombre: la longevidad, el saber y el nivel de vida. La longevidad es medida por la esperanza de vida al nacer, el saber por un índice en el cual interviene la tasa de alfabetización de los adultos y el número promedio de años de estudio, y el nivel de vida por el poder de compra, determinado por el producto por habitante ponderado por el costo de vida.

El PNUD considera que este indicador es aún imperfecto, pero en todo caso es muy superior a la tradicional medición de tantos dólares por habitante-año. Este nuevo indicador demuestra que crecimiento económico y progreso humano no están ligados automáticamente. Es, por ejemplo, absurdo y peligroso, desde el punto de vista del desarrollo humano, suprimir los subsidios a la alimentación y la salud de los pobres en nombre del liberalismo económico, en los países donde no existe un sistema de seguridad social compensador.

Una sexta crítica al neoliberalismo ha sido desarrollada, sobre todo en América Latina, por la Cepal. Mientras que el neoliberalismo propone dejar al mercado y al sector privado la responsabilidad del crecimiento económico y no pone ningún acento en la equidad, la Cepal nos dice que la experiencia permite comprobar que el crecimiento económico no conduce, de manera necesaria y automática a la equidad. Para ello, el crecimiento con equidad, ambientalmente sustentable y en democracia, no sólo es deseable, sino también posible. Es más: así como la equidad no puede alcanzarse con ausencia de un crecimiento sólido y sostenido, el crecimiento exige un grado razonable de estabilidad socio-política, y ésta implica, a su vez, cumplir con ciertos requisitos mínimos de equidad. De este condicionamiento recíproco, entre crecimiento y equidad, se desprende la necesidad de avanzar hacia ambos objetivos en forma simultánea antes que secuencial, lo que constituye un desafío histórico.

Una séptima y última crítica proviene de otros organismos internacionales como la Unicef. Bajo el título de Ajuste con rostro humano, esta organización de las Naciones Unidas afirma que las políticas de ajuste económico, que gran número de países en desarrollo han adoptado para hacer frente a la crisis económica, deben considerar las incidencias en el plano humano que estas políticas pueden tener. Toda política de ajuste económico debe tener en consideración las necesidades esenciales de los grupos más vulnerables en materia de salud, alimentación, educación y preservación del bienestar de estas poblaciones. Toda política de ajuste que no dé especial consideración a estos poblemas será negativa desde el punto de vista del desarrollo.

Jacques Chonchol, engenheiro agrônomo, foi perito da Organização das Nações Unidas para a Agricultura e Alimentação (FAO) entre 1957 e 1961, período em que efetuou várias missões na América Latina. De 1964 a 1969 dirigiu o Instituto de Desenvolvimento da Agricultura (Indap) por indicação de Eduardo Frei, então presidente da República do Chile. Participou da fundação da Ação Popular Unificada (Mapu), que integrou a União Popular, responsável maior pela eleição de Salvador Allende. A partir de novembro de 1970, passou a ocupar a pasta da Agricultura do novo governo. Foi diretor do Institut des Hautes Études de l'Amérique Latine, em Paris, onde, em 1994, concedeu entrevista ao editor de Estudos Avançados, professor Alfredo Bosi, publicada no número 21.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Viaje por la Memoria Historica de Ñuble

Dia de los DDHH en Chillan

Viaje por la Memoria de los Caidos