miércoles, 28 de abril de 2010

La Red Voltaire publica una serie de artículos denunciando y destapando el gran fraude del "calentamiento global".

El calentamiendo global fue una teoría diseñada y difundida a finales de los años 70 por la Rockefeller Fundation. La familia Rockefeller fue la creadora del primer gran trust del pretróleo, la Standard Oil Company. El objetivo de los teóricos del calentamiento global es (entre otros), a través de la difusión de la teoría de un supuesto apocalípsis climático, crear de un órgano supraestatal e internacional responsable de la toma de decisiones sobre cuanta cantidad de energía puede producir y consumir cada país, en otras palabras, la creación de un órgano global que tenga el control total de los recursos energéticos del mundo, por encima de los ciudadanos y de sus estados.

Además de Al Gore, a lo largo de la historia otros siniestros políticos como Henry Kissinger o Margaret Thatcher han hecho de apóstoles del calentamiento global, difundiendo y financiando todo una serie de estudios tan catastrofistas como falsos, que han servido para ocultar y pasar por alto los verdaderos problemas ecológicos del planeta: destrucción de ecosistemas y contaminación medioambiental (problemas denunciados por el documental difundido en este blog, "Fuego venenoso"). En el siguiente vídeo podréis ver a la pólitica ultraderechista y criminal de guerra, Margaret Thatcher, alarmando sobre las "graves consecuencias" que tendrá el calentamiento global sobre el planeta.



Thierry Meyssan, director de la prestigiosa Red Voltaire, ha escrito una serie de artículos denunciando el gran fraude de la teoría del calentamiento global. Acontinuación reproduzco un extracto del primero: "1970-1982: La ecología de guerra".
El presidente Gerald Ford, el secretario de Estado Henry Kissinger y el consejero para la seguridad nacional Brent Scowcroft. Después de haber estudiado las consecuencias del calentamiento climático, los tres decidieron, a finales de 1974, que Estados Unidos tenía que hacer de la reducción de la población mundial uno de sus objetivos estratégicos.

La conferencia de Copenhague sobre el medio ambiente fue el ejemplo por excelencia del abismo que existe entre la realidad de este tipo de evento y la imagen de él que nos ofrecen los medios.

Antes de la conferencia, numerosas personalidades aseguraban que el mundo se iba a acabar al día siguiente si no se hacía algo y calificaban la cumbre de «última oportunidad para la humanidad». Pero cuando ese encuentro se terminó sin alcanzar un acuerdo de obligatorio cumplimiento, esas mismas personalidades aseguraron que la situación no era tan grave, que se alcanzaría el acuerdo en futuros encuentros y que la Apocalipsis podía esperar un poco más.
Los principales medios de difusión ni siquiera dieran explicación alguna sobre el brusco viraje. Simplemente, pasaron la página.
Para entender lo que realmente sucedió en Copenhague y lo que realmente está en juego cuando se habla de la «amenaza climática» es necesario mirar hacia atrás y pasar en revista todo el proceso que dio como resultado el surgimiento de esta nueva ideología y desembocó en el show de Copenhague.

Nuestro objetivo no es abordar aquí las consecuencias de los cambios climáticos, que durante siglos han llevado a los hombres a desplazarse de una región a otra, ni predecir los próximos cambios climáticos y las migraciones que han de provocar.

Concentraremos nuestra atención en otro aspecto del asunto:

¿Cómo es que los eslóganes de unos se transforman en mentiras que todos compartimos?

¿Cómo se usa la supuesta ciencia para disimular la manipulación política?

Y finalmente, ¿cómo pueden derrumbarse de pronto los falsos consensos?

A lo largo de 40 años, las cuestiones vinculadas al medio ambiente han sido manipuladas con los más diversos fines políticos por Richard Nixon, Henry Kissinger, Margaret Thatcher, Jacques Chirac y Barack Obama.

Ninguno de esos líderes creía que los cambios climáticos son imputables a la actividad humana. Si aceptaban esa premisa era en función de otros intereses. Veamos la historia de la ecología como área de enfrentamiento de las grandes potencias.

El día de la Tierra

Todo comienza en 1969. El militante pacifista estadounidense John McConnell propone a la UNESCO la proclamación de un «Día de la Tierra» que debe celebrarse durante el equinoccio de primavera y en forma de día feriado mundial, para fortalecer el espíritu de unidad entre todos los seres humanos a través de todo el planeta.

Su sueño obtiene el apoyo del secretario general de la ONU, U-Thant, quien lo ve como una nueva oportunidad de expresar su oposición a la guerra de Vietnam. Para el diplomático birmano, al igual que para muchos asiáticos, el respeto por el medio ambiente es indisociable del respeto por la vida humana y forma parte de una búsqueda de la armonía que debe poner fin a las guerras. U-Thant implanta el «Día», pero ningún Estado sigue su recomendación.

El secretario general de la ONU organiza de todas formas una pequeña ceremonia en la que hace sonar la campana japonesa de la paz en el palacio de cristal y declara: «Que sólo haya en el futuro días de paz y alegría para nuestra nave espacial Tierra, que sigue viajando y rotando en el frío espacio con su cálida y frágil carga de vida.»

No se registra entonces ninguna reacción directa por parte de Washington.
Sin conexión aparente con lo anterior, Gaylord Nelson, senador por el Estado de Wisconsin, propone aplicar las técnicas de movilización de la izquierda estadounidense contra la guerra de Vietnam a las cuestiones medioambientales estadounidenses. Y proclama el miércoles 22 de abril de 1970 como… «Día de la Tierra».

Siendo Nelson miembro del partido demócrata, nadie denuncia la manipulación. Por el contrario, la prensa dominante se hace eco de su llamado y le aporta su apoyo.

El New York Times expresa su regocijo: «La creciente preocupación ante la crisis medioambiental recorre las universidades del país con una intensidad que, de mantenerse, pudiera llegar a eclipsar el descontento estudiantil contra la guerra de Vietnam».

Más de 20 millones de estadounidenses participan en el evento, que consiste ante todo en limpiar ciudades y zonas rurales de los desechos amontonados. Para el presidente Richard Nixon y su omnipresente consejero Henry Kissinger se trata de un éxito inesperado.

Se demuestra así que es posible crear un movimiento diversionista capaz de competir con el movimiento antibelicista y de desviar la energía de los manifestantes hacia otros combates. La ecología tiene que apoderarse del lugar que ocupan el pacifismo y el tercermundismo.

Esta versión estadounidense del «Día de la Tierra» logrará reemplazar exitosamente a la celebración que proponía la ONU.

Bajo su influencia personal, las asociaciones estudiantiles demandan un cambio en las prioridades del momento y que una parte de los presupuestos destinados a la Defensa se transfiera a la protección del medio ambiente. Al hacerlo están renunciando, en particular, a la condena de la guerra de Vietnam y a la condena del imperialismo en general.

Rápidamente, los republicanos logran imponer varias leyes sobre la calidad del aire y del agua, así como otras a favor del desarrollo de los parques naturales y de la protección del patrimonio natural. El presidente Richard Nixon crea una Agencia Federal de Protección del Medio Ambiente (US EPA, siglas en inglés), mientras que 42 Estados de la Unión institucionalizan la celebración anual del «Día de la Tierra».

La ecología se convierte, en lo adelante, en una «preocupación» de Washington y requiere por lo tanto un tratamiento especial en el plano internacional, sobre todo con vistas a neutralizar el movimiento antibelicista en el resto del mundo.

Fuente y enlace: http://antimperialista.blogia.com/  

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