Por Rodolfo Quiroz
Muy buenas tardes a todas y todos los presentes. Hoy, 29 de noviembre de 2010, celebramos el fruto de un proceso altamente significante para los últimos años de nuestras vidas, pasar por la universidad y convertirnos en geógrafos profesionales. Un proceso necesariamente colectivo, ello porque concluir una carrera universitaria, no es solo un mérito individual, también es el resultado de una combinación diversa de personas que en distintas instancias nos han dado el conocimiento y compañía necesaria para salir victoriosos de este proyecto profesional. Por ello, antes que todo quisiera saludar profundamente a todas las familias, profesores y amigos que han participado de este proceso de formación que llegó a este tan anhelado puerto. En especial, quisiera saludar con mucho cariño y alegría a todas aquellas familias trabajadoras de la cual provengo, familias que tienen que batallar muy duro para sacar a su primera generación de profesionales o dicho de otra forma, con un esfuerzo titánico han sabido enfrentar el profundo cerco desigual del cual se enmarca la educación en Chile.
Ha sido un año convulsivo y contradictorio, empezamos con un terremoto que demostró desigualdades profundamente irresueltas y terminamos en los festejos de un bicentenario “victorioso” que pudo sacar a 33 mineros de las profundidades de la Tierra. La alegría se tomo las calles, y rápidamente olvidamos que el origen del problema sigue tan campante como el sol saliente de la mañana. Cada año en el mundo mueren dos millones de personas por trabajar en condiciones de precariedad laboral. Y en efecto, durante los 46 días transcurridos del derrumbe de la Mina San Esteban, mientras la prensa mundial y nacional afanaba las mejores anécdotas y trayectorias íntimas de estos nuevos próceres, la Inspección del Trabajo registró 69 chilenos fallecidos durante su jornada laboral. ¿Algún canal de televisión se habrá preocupado de aquellos hijos y esposas de estos 69 trabajadores fallecidos? ¿Acaso ellos habrán elegido esos puestos de trabajo donde minuto a minuto zigzagueaban sus vidas por llevar el sustento a sus hogares? ¿Acaso la vida de estos 69 chilenos trabajadores no merecían el reconocimiento del mundo entero?
Este es el Chile del bicentenario, es el Chile donde estudiar y concluir una carrera universitaria se ubica en el pedestal de los mayores aranceles del mundo. Es el Chile donde la educación se vuelve un negocio rentable para una poderosa minoría y la cultura se vuelve un suntuario de asimétricas oportunidades. Buena cuenta de ello, lo demuestra la última encuesta Adimark, tomada este año; por primera vez el número de no lectores (51%) supera a los lectores (49%). ¿Qué significa esto? Que nuestra sociedad pasa por una penumbra de ideas, de pensamientos, de cultura. Y es precisamente esta idea fuerza la que sustenta la actual reforma impulsada por el Ministro de Educación Joaquín Lavín, que pretende retroceder las horas destinadas a los cursos de Historia y Geografía de los liceos chilenos. Se trata de profundizar y validar la ignorancia, esa que permite pasar de ciudadanos activos y conscientes de nuestros tiempos, a tranquilos habitantes pero feroces consumidores y reproductores de la vida social.
En este contexto, frente a tan tormentoso escenario, desde Rengo alguien nos dice: “Hagamos entre el pueblo el amor por la instrucción”, que más bellas y profundas palabras, imagínense que desde este instante, el deseo por aprender pase por una elección afectiva, por una pasión, “el amor por la instrucción”. Estas palabras no fueron elaboradas por ningún ministro o experto en educación, sino que fueron las palabras de Luis Emilio Recabarren quién hace 100 años atrás, en medio de pomposas celebraciones del centenario de la patria, nos advertía sobre los desafíos de los trabajadores y marginados de esta franja al sur del mundo.
Y sin lugar a duda, hoy no es el mismo Chile que conoció Él gran dirigente del norte. Ha habido avances, materiales, sociales y económicos principalmente. Sin embargo, al igual que hace cien años atrás, enfermarse fuertemente y no tener una privilegiada condición económica a la vez, significa que la vida y el derecho a una salud digna pasa a ser una lotería. De ello muy bien lo supo nuestro querido amigo de carrera, Claudino Concha, que hace ya casi tres años, tras ese mezquino cáncer, dejo de darnos su sonrisa fraterna por los pasillos de Geografía. Desde aquí mi más profundo saludo a ese incansable viajero que al igual que muchos, realmente hizo universidad, que no se conformo simplemente de pasar atentamente por el aula, si no que le dio un sentido humano y reflexivo a los conocimientos adquiridos, organizando jornadas memorables al interior de nuestra carrera, creando las condiciones de fraternidad para que efectivamente fuéramos comunidad. Como no mencionar aquel Encuentro Nacional de Estudiantes de Geografía del año 2004, o aquellas agitadas fiestas y peñas en Ciencias del Mar, donde pudimos experimentar la amistad entre la diversidad porteña y las geografías de nuestras auras.
Tantos recuerdos, tantas historias que nos han marcado estos últimos años. Y es así como entre sueños, proyectos, alegrías, y una que otra pena o melancolía, llegamos a esta misma casa central recibiendo el titulo de geógrafos.
Aquí comienza una nueva etapa con más preguntas que certezas; amigos, tiempos, latitudes, parejas, todas nuestras rutinas comienzan a situarse bajo otro esquema. Sin duda el camino no será fácil, habrá que competir por una plaza, y abrir nuevos lazos afectivos para insertarnos al mundo laboral. En ese sentido son muchas las posibilidades que se abren. Cada uno deberá optar y apasionarse con la más acorde con sus sueños. Sin embargo, creo que hay una dinámica que trasciende y nos acompañará a todos los nuevos geógrafos. Y es que tendremos que demostrar las posibilidades reales de análisis que tiene la Geografía. Y ahí quizás sea el desafío más difícil, porque hoy en día reina un sin sentido geográfico, que más allá de las explicaciones es una realidad palpable. Es un hecho que la gran mayoría de nuestra población simplemente ignora el significado de la Geografía y el quehacer de los geógrafos. Por ello, considero fundamental que mientras más socializantes sean nuestras experiencias laborales, y más talento y pasión desarrollemos en nuestros estudios, mayores esperanzas para instruir a nuestro pueblo y dignificar nuestra tan periférica y querida Geografía.
Por supuesto que las formulas para tal cometido están abiertas, solo falta darse cuenta que efectivamente la Geografía debe decirle a la sociedad que tiene herramientas concretas para los problemas no resueltos por el hombre, herramientas para la educación, para la salud, para la gestión de los recursos naturales, para la movilidad urbana, para la prevención de desastres naturales, para las tolerancias culturales, para los sistemas de representación política, en fin, todos estos temas, son también posibilidades para hacer una Geografía activa y comprometida con los hombres y en especial, con aquellos más humildes y marginados de las promesas del desarrollo.
Esto último es sumamente importante. Actualmente las mejores condiciones de trabajo para los geógrafos, son precisamente aquellas actividades donde los humanos pasan a ser recursos humanos, son los mapas de las transnacionales que se llevan el cobre chileno, son las geoestadisticas de los bancos de inversiones, y también son los mapas que localizan las termoeléctricas que arrasan con la biodiversidad del planeta que cada año se permite perder un 1% de todas las especies. He aquí otro gran desafío para los geógrafos ¿Hasta cuando el planeta seguirá soportando los niveles de explotación y consumo sobre sus recursos naturales? Las señales ya están echadas, cerca del 12% de aves, el 24% de mamíferos y el 33% de peces están en peligro de extinción, las temperaturas aumentan, los ríos se secan y los eventos climáticos cada vez golpean con mayor vehemencia la soberbia de querer gobernar un planeta que nos lleva aventajado millones de millones de años.
No desaprovechemos esta belleza nueva de ser geógrafos del siglo XXI, difícilmente los primeros geógrafos del mundo imaginaron las posibilidades de comunicación que tenemos. Sin embargo, tras salir del aula universitaria perdemos vínculos y nos quedamos solos. Por ello, creo que es fundamental asumir el desafío gremial en la geografía, hay que colegiarse o bien entrar en alguna organización académica, desde ahí fortalecer nuestros vínculos y lentamente ir construyendo nuestra identidad capaz de posicionar los temas que nos interesan.
Pero más allá de la ostentosa casualidad que nos haya tocado ejercer como geógrafos, no olvidemos que antes de esto, somos seres humanos, conscientes y críticos, que vinimos a este mundo para hacerlo mejor y no para reproducir lo peor. No olvidemos que las ideas se hacen fuerza cuando van de la mano de sentimientos y valores profundos, tales como la solidaridad y el amor por una vida digna para todos y no unos pocos. Solo así nuestros hijos y nietos podrán ver realmente un cielo azulado, solo así no seguirán muriendo mineros por sacar riquezas de otros, solo así podremos hacer cartografías verdaderamente humanas donde sea el pueblo quién realmente avance.
[1] Discurso en la ceremonia de Titulación de Geógrafos de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, 29 de Noviembre de 2010.



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