jueves, 14 de marzo de 2013

Las balas locas



LAS BALAS LOCAS


Han pasado unas cuantas semanas y aun asombra la noticia de la muerte de Juan Pablo Jiménez, dirigente sindical de la empresa Azeta (subcontratista de Chilectra), a raíz de un balazo en la cabeza en su lugar de trabajo; asombra también el tratamiento mediático que se le dio, como una simple noticia más junto al deporte, la cartelera y la farándula local (nótese la diferencia en la cobertura con relación a la muerte del matrimonio Luschinger Mackay, por ejemplo); asombra mucho más la tremenda investigación y posterior conjetura de la PDI sobre una “supuesta” bala loca, como si las balas locas tuvieran plena conciencia del cráneo al que deben llegar.

La verdad es que asombra, duele, da rabia y da pena… pero no debería extrañarnos demasiado. Una bala loca también terminó incrustada en la cabeza de Daniel Menco, estudiante asesinado durante las movilizaciones estudiantiles del 99 por crédito universitario (Si… solo crédito universitario); una bala loca truncó la vida de Alex Lemún y Matías Catrileo mientras defendían el derecho a vivir en su territorio ancestral, usurpado a fuego y sangre por el Estado chileno; otra bala loca selló el destino de un joven que sólo miraba una marcha estudiantil, se llamaba Manuel Gutiérrez ¿lo recuerdan?; lo más probable es que una bala loca haya hecho desaparecer al poblador José Huenante en Puerto Montt un día de septiembre de 2005, aun nadie sabe de su destino; una bala loca marcó de rojo el salmo que André Jarlan leía en su dormitorio de la Población La Victoria; muchas balas locas acribillaron el cuerpo de Rodrigo Cisternas cuando luchaba por un trabajo digno para los subcontratados forestales… son muchas las balas locas las que tiñen de sangre la historia de esta larga y angosta faja de tierra.

Pero lo cierto es que, incluso la más loca de las balas sale disparada por el dedo de alguien o de “alguienes”. El delito es siempre el mismo, vivir la vida con vocación de transformarla, ser un/a inconformista, un/a rebelde, un/a loco/a digno/a de una bala loca que evite que su ejemplo se irradie por las calles de nuestros pueblos y ciudades, que elimine las ganas de caminar viéndonos a los ojos y que ese amor colectivo se contagie en las nuevas generaciones que ya no tienen miedo a jugar a cambiar el mundo. El dedo que aprieta el gatillo también es siempre el mismo, el que goza de los beneficios de un sistema criminal, profundamente explotador y desigual, el que hace del miedo política de Estado.

A cuánto estamos para que los/as dirigentes sociales tengan que caminar por la calle con guardaespaldas y chalecos antibalas (antibalas locas se entiende) como en Colombia, el país más militarizado de América Latina, no mucho por lo que parece. Cuando un pueblo que han mantenido dormido durante décadas comienza a despertar, a no dejarse engañar y a pensar con cabezas propias, es fácil que las balas locas se trasformen en un método para acabar con quienes, como Juan Pablo, se organizan y luchan por la construcción de una mejor sociedad.

Para terminar, un poquito de verdad (las cosas como son, dice la propaganda). Juan Pablo Jiménez fue a-se-si-na-do y su delito fue ser un dirigente sindical comprometido con su clase, un luchador de la causa de los/as trabajadores, un digno hijo de nuestro pueblo… Para él ni un minuto de silencio y toda una vida de combate, para él toda la verdad y toda la justicia. Para él este pequeño homenaje.


por Felipe Araya Sepúlveda  -  Movimiento Inquietando Desde el Margen


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