Para quienes transitan libremente por sus países de origen, la palabra destierro no causa ningún dolor, sin embargo para aquellas personas que están obligadas a permanecer fuera de la tierra que los vio nacer, es un sustantivo macabro, injusto, obsoleto.
La dictadura de Pinochet duró 17 años, durante los cuales, miles de familias sufrieron el exilio y la separación forzada de sus seres queridos. Al llegar la democracia al país, de la mano de la Concertación, en 1990, nuevos hogares se vieron castigados con esta pena aflictiva que no tiene razón de ser en una sociedad que se jacta de justa y humanitaria.
Los Presos Políticos fueron divididos entonces, en presos de conciencia y presos de sangre, siendo estos últimos moneda de cambio para no asustar a los militares, que seguían desde sus cuarteles, observando esa mal llamada Transición a la democracia. Los que dieron más que nadie por reconquistar la libertad de Chile, se vieron condenados a abandonar el país, a reconstruir sus vidas en otras latitudes, que si bien han sido solidarias y protectoras, nunca han podido suplir el calor del terruño y el cariño de los amigos y los familiares.
Muchos son también los Presos Políticos que en enero de 1990 se fugaron de la Cárcel Pública de Santiago, y que aún no pueden retornar al país sin riesgo de ser encarcelados nuevamente. Lo mismo que aquellas personas que para salvaguardar sus vidas y su libertad optaron por el asilo político, y cuyos procesos judiciales no han sido todavía cerrados o esclarecidos, para permitirles ser ciudadanos completamente libres.
Mirar desde lejos, lo que pasa tras la cordillera de los Andes, tiene un sabor amargo y cruel para estos compatriotas. Ellos siguen siendo los rehenes de los acuerdos a puertas cerradas entre los partidos de la Concertación y la Derecha chilena.
El logro de ingresar a Chile, de Hugo Marchant, es una puerta que da esperanzas, y que anima a no dejar en el olvido a los que no pueden volver.
Alzaré mi copa este Año Nuevo por ti Hugo, y por todos aquellos que añoran abrazar a su gente en estas fiestas de buenos deseos y mejores intenciones.
¡Que 2012 marque, de una vez por todas, el fin del destierro!
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